Limpio


Lo bonito de los bombardeos norteamericanos sobre las estepas iraquíes o afganas, es el despliegue de luces y color en mitad de la noche y el sonido hondo de las sirenas de alarma que recuerdan aullidos de lobos acompasados bajo la luna. Lo bonito es lo limpio y exacto, la precisión de la metralla que se cuela por entre las palmeras y callejuelas terrosas para finalmente dar en el blanco.

La maquinaria mortal es preciosista en la medida en que encuentra eco en la industria cultural y se pasea pretenciosa con aires de arte en el cine para regalarnos joyas como Apocalypse now, Platoon, La delgada línea roja, etc., filmes que han sintetizado la guerra en dos horas de sano entretenimiento en pantalla gigante o en el reducto doméstico de la sala de casa donde el baño de Napalm sobre los arrozales de Vietnam no es más que un juego de encuadres y travelling. Y lo mejor es que todo termina en el momento de los créditos y el rótulo “The End” finales o cuando decidimos de un clic apagar el aparato y echarnos a dormir.

La muerte es adjetiva. Las consecuencias de las guerras, sus causas y responsables, son aditivos superfluos y maleables porque no cuentan a la hora de construir una historia con final feliz, que por lo general se soluciona con un beso a orillas del Océano Pacífico o al compás del hondear veleidoso de la bandera norteamericana sobre la estructura derruida del búnker conquistado al enemigo de turno.

Alguien me comentaba alguna vez de la crueldad de los musulmanes que no muestran ninguna compasión en esos videos que se trapichean por Internet y donde un grupo de 4 ó 5 matones degüellan a un bello anglosajón de cabello ralo y rostro de ángel. Pensé en el poder de la imagen desde su sencillez hasta su más elaborada puesta en escena, para comprobar finalmente que el acto rapaz de asesinar de unas cuchilladas ordinarias, podía ser mucho más horrible que el asesinato en masa de niños y mujeres inocentes barridos desde la noche por bombarderos de última generación, que nunca se ven sino en una perfecta composición creativa que no permite sino apreciar el juego de luces que brilla fugaz sobre las mil y una noches.

El show del horror
Una sociedad que convierte en espectáculo feliz el asesinato, tiene el alma enferma. Que la muerte se exprese como diversión es tan macabro como los Autos de fe del Santo Oficio en su oscuridad de Edad Media. La industria audiovisual hace gran esfuerzo por limpiar cada vez más las asperezas del crimen hasta convertirlo en producto mercadeable, para el consumo, y ha transformado sus costosos espacios en vendettas públicas con risas al final de la jornada. Cada vez más, vemos en TV documentales y series sobre la mafia, el sicariato, la tecnología bélica, los crímenes sonados, las persecuciones policiales, etc., volviendo a la sociedad en una masa indolente y ansiosa a la vez. Las películas de guerra son taquilla segura y hay inmensas hordas apasionadas por el cine bélico, que se ha vuelto toda una categoría.

Lo peor es que la muerte aséptica de miles de inocentes, embellecida por códigos globalizados de consumo masivo, es aceptada y aplaudida como un digno acto de heroísmo, mientras que el asesinato individual de un noble mortal de ojos verdes por parte un grupo de árabes en las penumbras, que de un zarpazo acaban con la existencia de alguien, es un acto atroz e injustificable.

Asimismo se abomina a los negritos que bailan furiosamente al compás de sus tambores ancestrales, considerándolos actos “afroides” por no decir diabólicos de gente sin juicio que acaricia la lujuria con sus ritos. Y ve muy bien a un grupo de chamos bonitos y sudados que brincan hipnotizados al compás de los beats electrónicos en una discoteca, minados en muchos casos de drogas y alcohol pero que están limpios.

Escribía Juan Calzadilla alguna vez: “Este compromiso virtual le parece obvio a la persona que,sentada confortablemente, piensa que basta apagar el aparato para ponerse a salvo de la furia de las inundaciones”.

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