ANA


Dícese de la puta gata

Si yo supiera que Ana me quiere, no estaría entristecido. Pero ella sigue allí, como esperando en silencio lo suyo, la continuación de un rito medroso que comienza a ser absurdo, mirando como siempre hacia un punto indefinido. Ana es así: indiferente, hiriente. Cuando devela su táctica, detrás de una pose hinchada de vanidad y la mirada altiva, me provoca arrastrar su diminuto cuerpo y hacerle cosquillas en lo más profundo de su sombra.
Cuando está así me siento tan pequeño porque sé que no piensa, que no recuerda nada de lo nuestro ni se interesa por mí. Y eso duele, claro, no va a doler, si yo siempre he estado a su lado, oyéndola ronronear, rozando su dorso equidistante, viéndola estirarse con gracia.
Ahora espera en el extremo del salón oscuro, el cuarto hambriento de nuestros juegos infames. Ana sigue con desdén tumbada sobre la alfombra de terciopelo fucsia, mirando el brillo que apenas se cuela por la ventana, pero sin mirar, sin escudriñar. Como cuando miramos lo de siempre que a fuerza de la costumbre no hace falta entender, sino mirar, como ciegos.
No lo acepto, ni lo entiendo, no es tan simple como jugar con el estambre rosado. Sólo quiere saborearme y no lo admito porque a la luz de su apariencia dócil, se expían culpas nunca admitidas a conciencia. Y ella, como un cuadro tieso en el centro de la pared, donde el reflejo de la lámpara de aluminio alcanza apenas para advertir nuestras distancias, se conforma sin remedio.
Antes de que todo se convirtiera en duda y equilibrio, hubo pasión, locura, desenfreno, quizás un flirteo ancestral de especies. Antes, cada paso era regocijante y cada mueca una invitación. Los rasguños se internaban en epidermis que nos devolvían cicatrices transversales y pieles curtidas.
Recuerdo, y tú no, supongo, los gestos transferidos a espasmos y gemidos. Tu contorneo suave y misterioso, sacudiendo los músculos en cada paso magistral, mientras yo intentaba arrancar de mi ascendencia todo rastro bípedo y sentencioso, próximo al compromiso maleable que niega cualquier deseo.
Entonces, nos mirábamos por horas, ¿lo recuerdas? Y dábamos vueltas toda la noche mientras las sábanas rodaban por el suelo y las almohadas giraban eternamente como nuestras diferencias, mediante una hélice invisible.
Ahora no sé Ana, no sé qué quieres de mí. A veces me provoca lanzarte al vacío para que cuando te des cuenta, tarde como yo, recibas el fustigante dolor de lo ajeno. Pero no me atrevo, me resisto.
Mientras, bajas la guardia, te erizas un poco y te pones al acecho, paseas tu lengua suavemente sobre esos labios indescifrables y pronuncias algo, como siempre, al final murmuras algo inconfesable y te lanzas voraz sobre la taza de leche tibia y ahora sí, te me acercas y permites que deslice mi mano sobre tu elástico dorso blanco y quejumbroso; y sé que no es un triunfo Ana, quizás, apenas, ¿un instinto?

2 comentarios:

Unknown dijo...

Extraordinario, me encanta.

new life dijo...

muy bonito
pero cuidado con lo de Ana, porque para nosotras es mucho más.
y como yo, nos podemos equivocar.