No hay dudas de que Francisco de Miranda fue un revolucionario. No sólo hablamos del Miranda guerrero, militante de las causas armadas, hombre de estrategias. Ese Miranda que se nos dibuja como un virtuoso en su corcel espada en mano, vislumbrando la arremetida de la vanguardia enemiga y tramando tácticas de ofensiva, con intuición de iluminado, como se le vio en Estados Unidos, en Francia, en las Américas. Miranda era un revolucionario porque además tramó refundar un país con una herramienta de luz: los libros.
El acopio bibliográfico de Miranda, conspicuo y heterogéneo, bosqueja al soñador apasionado que a través de los matices del saber pensaba darle forma a la Patria que trazaba en sus lucubraciones libertarias, y para la cual tenía preparada, además de una bandera con todo su poder simbólico, una biblioteca de al menos seis mil volúmenes que tristemente no llegó a su destino sino que por el contrario, se diluyó por entre los dilemas de la escasez familiar entre una subasta y otra, hasta que por precios irrisorios los tomos de su extensa galimatías fueron a coger los más disímiles caminos.
Poesía, teatro, historia, religión, filosofía, viajes, bellas artes, agricultura, novela, ingeniería, lingüística, arte militar, medicina, ciencias naturales, enciclopedias y diccionarios eran algunos de los tópicos que exhibía Miranda en su biblioteca particular en su residencia de Grafton Street, Londres, de la cual se nutrió como un niño emocionado el mismo Andrés Bello. Tal amplitud y variedad ponen en evidencia la necesidad del Prócer de encaminar a la naciente República hacia un destino de libertad y conocimiento plural.
Hoy, parte de lo poco que conserva Venezuela de los libros de Miranda gracias a la donación que hizo el Precursor a la Universidad de Caracas, reposa en silencio entre los anaqueles de la Biblioteca Nacional. Y allí están, como testigos silentes ante el nuevo momento histórico que vive la Patria, algunos de los clásicos griegos que con admiración subrayó el propio Miranda con emoción risueña, y quien escribe pudo olerlos, tocarlos, ojearlos, con la misma felicidad de niño con que se saborean las primeras mieles, como quien va descubriendo el mundo.
1 comentario:
No pude evitar el hacer un comentario acerca de las papas. Creo amigo mío que te faltó una imágen seguida de la papa en el cielo que dijera: " Pronto no veremus papas"...
Juan Barbaro.
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